LA CALLE DE LAS TALABARTERÍA

Después de la calle de las palmaditas y la calle del resbalón, quizá la más reconocida vía de Villavicencio es la calle de las talabarterías, ubicada una cuadra arriba de la gobernación. Allí hay un punto de encuentro que huele a mastranto y cuero crudo.
Después de la calle de las palmaditas y la calle del resbalón, quizá la más reconocida vía de Villavicencio es la calle de las talabarterías, ubicada una cuadra arriba de la gobernación. Allí hay un punto de encuentro que huele a mastranto y cuero crudo.
Su nombre corresponde a la existencia de una serie de negocios, cuyos pioneros iniciaron labores hace más de medio siglo, expendiendo implementos propios de una época en la que predominaba la ganadería. Setenta de cada cien villavicenses eran gente de campo, hoy solo lo son catorce.
Hace diez años había diecisiete talabarterías en una sola cuadra. De esas, hoy sólo quedan nueve. La calle se ha vuelto menos transitada, excepto por estas épocas en que a su alrededor hay decenas de sedes políticas, cual enjambres de abejas construyendo esperanzas entre miles de ilusionados electores. Atrás quedaron los tiempos del caballo como rey de la sabana, desplazados por la movilización en moto y campero.
El fuste de madera forrado en cuero crudo fue reemplazado por la resistente y liviana fibra venezolana. Cosa similar ocurrió con la garrita, alfombra, guardabarros, arcines, estribos, frenos y soga de rejo, hoy brillantes por la acción del nylon.
Mientras escucha una canción de Villamil Torres, en la que enseña por qué sigue coleando y cantando, Drigelio Barbosa revuelve nostalgias. Está celebrando 35 años de La Corocora, donde las sillas saben al Llano que se está yendo para siempre. Habrá coleo y parrando. Lo acompañan absortos Ceferino Tejedor, de La Corozal, la talabartería más vieja de la ciudad, y Eberto Corredor.
Los golpeó la consolidación de los pequeños poblados, pues estos ya cuentan con centros mercantiles que hacen innecesario viajar hasta Villavicencio para aperarse. Los almacenes de hoy, incluyen marroquinería, esto es, billeteras, bolsos y demás elementos propios del mundo urbano. No faltan, sin embargo, algunos dueños de hatos que aún vienen desde el Casanare, fieles a la tradición de comprar en la capital del Llano y ansiosos de disfrutar las luces de la ciudad.
 
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